Yo ya voy teniendo edad para heredar, pero a decir verdad, yo heredé mi pasión por los videojuegos desde bien pequeño. Mi primo me sentaba a su lado, me daba un cacharro pequeño y rectangular con dos botones rojos y me instaba a apretarlos. Yo fijaba la mirada en esas “moscas” raras de la pantalla las cuales tenía que matar, pero siempre acababa sucumbiendo la bola amarilla que, supuestamente, yo dirigía. La verdad es que me cansaba pronto porque veía cosas más curiosas a mi alrededor. Ya saben, entonces todo entra por los ojos y, la verdad, ver cuatro líneas rectas en una pantalla... ¡vamos, que prefería dibujarlas yo! Desde entonces ha llovido mucho -quizá no lo suficiente, porque vaya sequía la de este año- y las moscas ya no son lo que eran. Dragones preciosos y paisajes maravillosos dejan de lado la antiquísima estética “marionesca”. Para los seguidores del mítico fontanero de gorra roja y bigote, habrá sido todo un espectáculo ver cambiar de forma a sus héroes preferidos, igual que para todos aquellos fans de otros títulos como Final Fantasy o Gran Theft Auto. Confieso que hace poco me dio por asistir a uno de esos talleres sobre la imagen. Resultó ser como un partido de fútbol sin goles. Vi jugadas muy elaboradas y bien trenzadas, pero no se alcanzaron los objetivos que yo tenía previstos. Vamos, que se habló de mapas de bits con los que quizá puedas encontrar tesoros; de creaciones vectoriales que seguro derivan en una componente física de la parábola kepleriana; y de no sé qué reciclaje de imágenes… ¿Acaso se van a empezar a fabricar originales tetrabriks con forma de colash? No entendí nada de nada, no vi imágenes maravillosas por ninguna parte y este fue el balance: yo acabé dormido y para cuado desperté, vayan ustedes a saber donde narices se había metido mi amigo. Después de tan nefasta situación he decidido dedicarme solo a mirar imágenes. Voy a
jueves, 22 de mayo de 2008
La vieja verde
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