jueves, 22 de mayo de 2008

La vieja verde

Yo ya voy teniendo edad para heredar, pero a decir verdad, yo heredé mi pasión por los videojuegos desde bien pequeño. Mi primo me sentaba a su lado, me daba un cacharro pequeño y rectangular con dos botones rojos y me instaba a apretarlos. Yo fijaba la mirada en esas “moscas” raras de la pantalla las cuales tenía que matar, pero siempre acababa sucumbiendo la bola amarilla que, supuestamente, yo dirigía. La verdad es que me cansaba pronto porque veía cosas más curiosas a mi alrededor. Ya saben, entonces todo entra por los ojos y, la verdad, ver cuatro líneas rectas en una pantalla... ¡vamos, que prefería dibujarlas yo! Desde entonces ha llovido mucho -quizá no lo suficiente, porque vaya sequía la de este año- y las moscas ya no son lo que eran. Dragones preciosos y paisajes maravillosos dejan de lado la antiquísima estética “marionesca”. Para los seguidores del mítico fontanero de gorra roja y bigote, habrá sido todo un espectáculo ver cambiar de forma a sus héroes preferidos, igual que para todos aquellos fans de otros títulos como Final Fantasy o Gran Theft Auto. Confieso que hace poco me dio por asistir a uno de esos talleres sobre la imagen. Resultó ser como un partido de fútbol sin goles. Vi jugadas muy elaboradas y bien trenzadas, pero no se alcanzaron los objetivos que yo tenía previstos. Vamos, que se habló de mapas de bits con los que quizá puedas encontrar tesoros; de creaciones vectoriales que seguro derivan en una componente física de la parábola kepleriana; y de no sé qué reciclaje de imágenes… ¿Acaso se van a empezar a fabricar originales tetrabriks con forma de colash? No entendí nada de nada, no vi imágenes maravillosas por ninguna parte y este fue el balance: yo acabé dormido y para cuado desperté, vayan ustedes a saber donde narices se había metido mi amigo. Después de tan nefasta situación he decidido dedicarme solo a mirar imágenes. Voy a la Fnac y veo cantidad de videojuegos. La verdad es que hace un tiempo que perdí el hilo de aquello nuevo que sacan. Al fondo, hay una consola verde con una X en el centro. Crea tu personaje, veo escrito en la pantalla. Cuando acabo de personalizarlo se me escapa una gran carcajada porque el “bichito” se parece mucho a mí. Comienza la interacción con ese nuevo mundo virtual y se me abren los ojos como platos. Unos paisajes muy bien formados, una definición que jamás habría soñado ver. Es tan real, que parece como si mi ser hubiese entrado en la pantalla, quedándose a los mandos mi carcasa corporal. La ficción virtual parece la realidad más objetiva en cada detalle. Me muevo hacia un lado y el sol, situado en mi costado, hace sombra detrás del personaje. El día transcurre en el juego y las sombras se mueven con la luz. En ese momento en el que ya no sé si me muevo en un paraíso real o ficticio, la voz de un niño me abstrae. “No mamá, esa consola (refiriéndose a la que tengo delante) es muy vieja. Los gráficos de esta son penosos, son mucho mejores los de la Play 3 porque parece todo más real”. La mujer asiente a la vez que leo el cartel informativo. Mi asombro se hace patente cuando leo la fecha: 2005. ¿Sólo hace dos años que salió este aparato y ya se ha quedado obsoleto? Hace poco más de una década andaba jugando yo con puntos y líneas muy cutres y hoy día, ¿un chaval se atreve a decir que mi viva imagen plasmada en un televisor de plasma se ha quedado obsoleta? ¡No entiendo nada! Por lo pronto, voy a intentar no quedarme dormido en los talleres de creación para ver si, con un poco de suerte, consigo crear un “personajillo” de estos que me permita hacer en la vida real todo cuanto desearía. Algo así como el Homer digital en los Simpson; algo que me permita echarme una buena siesta a la vez que trabajo en cosas como esta. En definitiva, una bella adicción visual.

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