domingo, 6 de abril de 2008

Ver sin ojos

Suena una campana... La verdad que no sé el origen de ese milagro auditivo. Quizá sea una boda, o tal vez las hagan sonar para disimular el llanto de un pobre niño a remojo. No puede ser... la melodía es triste, melancólica y es ya muy tarde. Toda la felicidad del mundo parece haber desaparecido de mi ser en dos segundos. Suena lento, parece un paso fúnebre. A cada paso que doy, suena más fuerte. ¡Es como si me persiguiera! Mis ojos, a pesar de captar bien la luz por ser claros, no sirven de nada. Ya es de noche y la espesa niebla no me deja ver la luna. No hay luz que percibir. Las inertes farolas parecen tallos helados de un rosal recién plantado. Blancas... moribundas... Me dirijo calle arriba hacia el sonido que guía mis pasos. Hace frío. Prefiero cerrar los ojos y continuar andando a pesar del peligro que conlleva. ¿Quién puede pasar a mi lado? Cientos de peligros acechan en estas calles, pero prefiero no pensar... En un esfuerzo por comprender los sonidos la oigo. Me dice que vaya, que me aleje de los malos rumbos y continue hasta ella. El sonido es ahora mucho más fuerte. Suena a mi diestra. No voy a abrir lo ojos, no aún, porque no sirve de nada. Extiendo el brazo hasta que mis delicadas manos palpan un herraje oxidado. Está helado, parece haber encontrado su conexión con el mundo a pesar de no estar vivo. Noto también la madera de lo que pudo ser un gran árbol. Es una puerta, agrietada por el tiempo, que guarda un antiguo y olvidado lugar. La negligencia humana acabará por destruir lo poco que queda de un árbol que nos prestó sus servicios. Perdido está ya el respeto por el espíritu de Gea. Me lanzo hacia el interior de un vacío perceptible. Me siento extraño... Impávido vuelvo las palmas de las manos hacia arriba, no existe el miedo en mí. Dos manos caen sobre las mías suavemente, como dos mariposas posándose en sus flores preferidas. Son cálidas. Es un calor que se extiende a todo mi ser. Estoy ansioso por abrir los ojos. Sigo viendo todo negro. Una de las mariposas ha abandonado su flor para posarse en mi cara. Cubre mis ojos... Me siento débil, confuso, hay alguien que me priva de conocer la realidad. El badajo de bronce ya no tañe la campana, la melodía ha cesado y ya no expresa nada. El susurro de una dulce voz me exhorta completamente: "Deja de temer por no ver las cosas cuando no es preciso verlas. Percibe la realidad con tu corazón y tu caletre. ¡Despierta a esos dos aletargados! Aprende a querer y sentir con ambos, porque el amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro" (Friedrich Nietzsche).