miércoles, 23 de abril de 2008

Placer pueril










Nunca he aprendido a tocar este precioso instrumento y añoro las tardes en el salón de mi casa, en las que mi hermana mayor tocaba esas tiernas melodías que me dejaban absorto. Durante esa breve actuación yo me evadía de mis problemas rutinarios. Pensaba que es música solucionaría todos mis grandes problemas: tener que lavarme los dientes cada mañana, estudiar para el examen del día siguiente o ir a entrecavar las patatas al huerto de mi padre. Era como un sueño; un sueño que se terminaba con las últimas delicadas notas que tocaban esas suaves manos. Entonces mi padre gritaba, mi madre gritaba y todo volvía a su cauce. Triste y apesadumbrado, me levantaba de la silla que mi hermana me había preparado a su vera y, casi con lágrimas en los ojos, recibía un beso de aquella persona que más me hacía disfrutar entonces, en señal de despedida. Sus sonrosados carrillos se estiraban al dedicarme una bonita sonrisa que me alegraba el día. Una sonrisa que me decía: "Ve, pero recuerda que siempre estaré aquí cuando lo necesites". Pero un domingo de agosto llegué a casa por la mañana. Había estado con varios de mis compañeros acampando en los prados de la ladera que hay detrás de nuestro pueblo. Llegaba ansioso por escuchar las caricias de mi hermana al piano del salón. Eran tan bellas... Cuando llegué mi madre estaba como ida. Miraba al suelo mientras sostenía el teléfono entre las manos. Las lágrimas comenzaron brotar de sus ojos. Yo no entendía nada. Le pregunté dónde estaba Luna, mi hermana, tenía muchas ganas de escuchar la canción que me tenía preparada para hoy. Me abrazó fuerte y sollozó con fuerza. Los finos y largos dedos de las delicadas manos de Luna, no podrían tocar más el piano; ni tampoco sus labios darme un cálido beso... Aún sonaba en mis oídos la melodía del día anterior. Comptine d'un autre été, se llamaba la canción. Ese día, cuando salía por la puerta de casa recuerdo que le dije: "Si alguna vez una chica me dedica esta canción seguro que me enamoro de ella. Que pena que seas mi hermana", y le saqué la lengua. Ella se levantó, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza. "Te quiero más que nada en este mundo, pitufo", me dijo. Yo me puse colorado. Nunca más podría repetírmelo, pues su vida se perdió en una cuneta sombría.

Me encuentro sólo, en un reino que no es de este mundo. A lo lejos, en el centro de ese mundo nuevo en el que me encuentro está el piano. Un piano iluminado por una luz que procede de quién sabe dónde. Un piano idéntico al que había en la esquina del salón de mis padres. Me siento en el taburete. Cruje, chirría... Sabe que no es mi sitio, que no debo estar ahí. No me corresponde ese lugar en este mundo. Está molesto conmigo. Las teclas del piano están duras y firmes. Se oponen a que las toquen, pero yo intento suavizar las cosas. Las acaricio, las mimo... trato de que estén cómodas. Me da miedo intentar tocarlas porque, con lo mal que lo hago, seguro que conspiran contra mí para asesinarme auditivamente. Posadas mis manos sobre el lustroso piano me dispongo a tocar. Recuerdo las primeras notas de aquella canción que me dejó Luna como último recuerdo. Comienzo... Hilos de marioneta bajan por el haz de luz hasta situarse sobre mis dedos. Se insertan en mis huesudos dedos y son dueños de mis manos. Comienzan a tocar solos. Es como si llevase toda la vida enlazando notas musicales para urdir una bella melodía. Dejo que sean esos hilos los que manejen la situación mientras yo disfruto de lo que me están dando. Es increíble, nunca había sentido nada igual. Me siento un ser completo.

El tiempo no discurre en aquel lugar. Podría llevar allí siglos, milenios, incluso millones de años... y seguiría siendo lo mismo: un estado de placer continuo. Sin embargo algo no encaja. No me he dado cuenta hasta ahora, pero un aura blanca, que se parece a mí, está flotando en la oscuridad. Un nuevo hilo ha sujetado mi cabeza, que mira impasible hacia el suelo mientras mis dedos siguen tocando. Sigo gozando con la música, pero mis ojos ven que algo se ha perdido. Esa parte humana que aún me queda nota que algo le falta. No hay iniciativa por tocar algo diferente, se ha perdido el amor por aquello que escucho, no soy capaz de aprender y recordar estas melodías... Se ha perdido la esencia del mi ser. Ese ser equivocadamente completo que lo reduce todo al puro placer y goce. No hay lugar para un ser así en este mundo. Un ser así acaba por morir y sucumbir a la oscura realidad.

Otro ser etéreo aparece entre las sombras. Mis ojos lo ven, pero no puedo alcanzar a reconocer quién es. Se acerca al lugar donde me encuentro. Corta los hilos uno a uno y la música se para. La parte que queda de mi ser chilla quejumbrosa porque ya no hay disfrute. La figura, que va encapuchada con una toga blanca, acerca su rostro a mi mejilla y me besa. Esos labios... El estruendoso grito que profiere mi cuerpo se detiene bruscamente. Mis pupilas se dilatan y la luz ciega mi ser. Soy un ser inerte y moribundo postrado en una silla. Veo al éter que se parece a mí sentado sobre la cola del piano. "Ve por él", me susurra el encapuchado. Todo aquello que me hubiese hecho avanzar se ha ido con ese ser luminoso. No puedo ir. El encapuchado decide al fin descubrir su imagen. Sé quién es... la conozco tanto... pero no acabo de reconocerla. Estoy fuera de mí. Avanza hacia el éter luminoso. Éste, asombrado, la abraza fuerte y comienza a llorar. Se aproxima hacia mí. En el último de mis impulsos humanos me levanto. El éter me da una mano y con la otra se despide de la figura que yo no alcanzo a reconocer. "Hasta siempre", le dice. "No dejaré que ésto terminé así; no permitiré que este humano se deje manipular. Vivirá como tu le enseñaste: a base de profundas melodías que marcarán su destino". Nos fundimos en uno único elemento. Ya consigo distinguir la figura que me había besado antes. Es Luna, mi hermana. En el taburete del piano hay sitio para dos. Se sienta a mi lado y comenzamos a tocar juntos esa preciosa y terrible canción con la que me dijo adiós un día. En ese momento creo saber qué es la felicidad...

Despierto sudoroso en mi cama. En calzoncillos recorro el pasillo hasta llegar al salón. Me siento en el taburete del piano. Miro las estrellas a través de la ventana que está sobre el piano. Cierro los ojos e imagino la melodía a la vez que mis dedos se deslizan sobre el teclado. Luna está en mi mente... en mis sentimientos... en mis dedos... Y entonces comienza a sonar de nuevo... Comptine d'un autre été.