sábado, 19 de abril de 2008

Páramos sombríos


Siento miedo en la oscuridad. Cuando todas las luces se apagan y una delicada sábana de nubes cubre la luna llena, todo cambia. Cegados mi mente y mis dos luceros ya no hay nada que ilumine el mundo. Para mí, todo parece haber acabado. La noche es una historia de mil caminos por los que transitan seres. Unos, iluminados por la luz de las pocas estrellas que la ciudad ha dejado con vida, caminan triunfantes por bellos parajes. Otros, arrastrados por la oscuridad eterna, caminan entre las sombras. Nadie los ve, nadie se fija en ellos. Transeúntes de páramos umbríos. Cicatrices de heridas recientes que no acaban de cerrarse. Así es la noche del tiempo que nos ha tocado. ¿Seguro que sólo la noche? La vida es un devenir de personas que transitan nuestra alma. Unas la trastocan, otras la hieren, otras la oscurecen, otras la alegran un momento pero, afortunadamente, aun quedan aquellas que son capaces de iluminarla más que cualquier otra estrella. Son aquellas capaces de amar tu vida tanto como la suya propia.


Dichosos aquellos que transitan ríos tranquilos, que duermen en territorios apacibles. La sombra aún no los ha hundido en el olvido. Corazones inocentes en un mundo corrupto donde el dolor es moneda de cambio habitual. Las sombras son mayoría. Vagabundos sin destino cuya estrella se apagó. Dejó de brillar cuando el viento ya no silbaba. Cuando la naturaleza ya no transmitía vida, anhelos, ganas de seguir adelante. Cuando los románticos robledales se convirtieron en vastos desiertos. Sólo unos pocos disfrutan de esos lugares. Lástima no volver a ser un niño. Un ser inocente, sin preocupaciones, con nada más en la cabeza que el objetivo de la piedra que tiene en la mano y el lugar por dónde debería salir corriendo. Veo todo tan difuso, extinto y moribundo… No tiene solución. Miro al cielo y sigue negro. No veo nada. La oscuridad empieza a envolver mi mundo. La sombra ha absorbido mi vida pero también me la dio un día. Se cobra aquello que le dejé a deber hace ya demasiado tiempo. Pensé que quizá no se acordaría, pero ahí está para decirme: “¡Eh, no te olvides!”.


Luz cobarde que te escondes en mis sueños. Regresa a tu morada. En mi alma llenas el hueco que dejó el pétalo de rosa, la esquina con telarañas que te aguarda en mi mente, el resquicio que dejaste en mi corazón palpitante. La fe la perdí hace tiempo, no me obligues a suplicarte. Vuelve a mi vera, tesoro, pues sabes cuanto te necesito. Desearía volar para ir yo mismo a buscarte. Ícaro lo intentó un día, y consumiste sus esperanzas. Iluminad estos lugares, estrellas desconsoladas. Brillad con fuerza ahí arriba y completad lo que falta. Faltan suspiros y anhelos. Falta la confianza y la amistad. Falta atracción y deseo. Faltan sorpresas y risas. Falta ingenuidad e inocencia. Sombras que soportáis esto solas, amad y dejad que os amen, falta amor por encima de todo. La lujuria no es verdadero disfrute. La soberbia rompe amistades. Con envidia no viviréis nunca tranquilos. Con ira os heriréis a vosotros mismos. Inocentes nacéis, humanos, sois potencia de bondad, la vida os lleva a la sombra de la luz que no ilumina. Cortad la electricidad y dejad que, aunque sólo por un momento, el paraíso se haga en la tierra con la luz de las estrellas. Son la luz que de verdad ilumina. Son testigos de la vida… son testigos de la muerte… No sabrás nunca por qué, pero esclarecen el resplandor de tu destino.